Otra vez escribiendo a última hora. Qué mal. Apuesto que mañana lo primero que me va a decir el señor L es “Daniela Mora no escribiste en el blog”. Pero ya qué.
Ya tenía pensado un tema para esta semana, pero como ya me ha ocurrido antes, lo cambié. Eso sí, esta vez fue por inspiración propia y no ajena, menos mal.
El pasado jueves mi estimadísimo amigo Camilo vino a mi casa, y la primera noticia que recibí cuando llegué, fue que Bonnie, la hámster de mi hermana y pareja de mi Clyde, había fallecido. Al parecer murió congelada. Fue la primera vez que me atreví a tomar el cadáver de un animal, para sacarlo de la jaula y llevarlo al cementerio (generalmente ni siquiera puedo ver a un animal muerto). En ese pequeño sector descansan dos tortugas de agua, una pollita, un patito, y ahora un hámster.
Luego de este triste funeral, con tan sólo tres asistentes, el Camilo y yo nos sentamos a tomar once con leche y galletitas. Mmm…
El punto al que deseo llegar, mis queridos lectores, viene a continuación. Cuando subimos, no me acuerdo por qué, le mostré al ya mencionado muchacho mis antiguos escritos: estuvo casi todo el rato leyendo entre cuentos y poemas que yacían olvidados en una repisa. Y fue un poco extraño el volver a leerlos. Excepto por el blog, y por uno que otro verso que de vez en cuando escapa volando de mi pluma, prácticamente ya no escribo. Como le expliqué a mi amigo Camilo (aunque al parecer a él no le pareció tan evidente), mi inspiración era más que nada dolor y muerte: desesperación en su más pura esencia. Creía ver belleza ahí donde nadie la ve: en el dolor humano. Veía algo sublime, indescriptiblemente hermoso en una lágrima de desesperanza, en un llanto o una escena triste. Sí, pueden creer que estaba loca, quién sabe. El asunto es que por eso ya casi no escribo: no es que no quiera, es que no puedo. La que antes fue mi musa e inspiración se ha marchado, y ha sido reemplazada por el gozo y la alegría. Si estoy feliz no me dan ganas de tomar un lápiz, sino de saltar (los que saben cómo lo hago pueden reírse, les doy permiso) y correr.
Ahora puedo expresar lo que siento a través de mi cara, mi cuerpo e incluso mis lágrimas. Ya no necesito escudarme ni reprimir mis emociones, otro punto importante. El papel y el lápiz eran el único medio a través del cual podía decirle al mundo lo que llevaba dentro, pero ahora ya no lo es.
No es mi deseo dejar de escribir, porque me gusta hacerlo, pero espero jamás hacerlo por mis antiguas motivaciones.
¿El secreto de este cambio? Simple: Jesús es el responsable. Él quitó ese
dolor, esa angustia y esa desesperanza, y los cambió por alegría, gozo y
un propósito por el cual vivir. Gracias Señor.
“Estad, pues, firmes en la libertad con que Cristo nos hizo libres; y no os sujetéis de nuevo al yugo de esclavitud.”