Está bien, lo admito, en mi primera entrada fui bastante desagradable y una vieja quejoncilla, cierto. No podía esperarse algo diferente un domingo por la noche, con sueño y más de una cosa pendiente.
Quiero redimirme y escribir algo que un poco más justo, y algo más objetivo.
Hoy vimos una gran película; una buenísima película que me recuerda mucho a Precious. Se llama Escritores de la Libertad, y trata sobre una joven y soñadora profesora, que llega a enseñar a un problemático curso. Más allá de las buenas actuaciones de Hillary Swank o cualquiera de los jóvenes que conforman el elenco; esta película es de aquellas que te hacen cuestionarte muchas cosas, y agradecer por muchas otras también. Agradecer principalmente el lugar en el que estoy: que el Señor me haya traído a un colegio como ningún otro, una familia que me acogió. Porque realmente eso es lo que somos: una gran familia conformada por alumnos y profesores. Y otra vez puede sonar un poco cliché, pues es un discurso que se repite a través de la boca de directores y estudiantes graduados en varios colegios. Pero puedo asegurarles que en ningún otro colegio, por muy pequeño que sea, se sentirán así. Yo sólo he estado en lugares con muy pocos niños por curso, pero puedo asegurarles que nunca me sentí tan segura y a gusto. Durante estos años hemos ido creciendo, aprendiendo y madurando juntos, y el día en que pisemos nuestro colegio Montahue por última vez con el verde uniforme encima, recordaremos con cariño todas las situaciones que allí ocurrieron, todos los juegos, las palabras, los profesores y los amigos. Recordaremos a todos los niños que alguna vez conocimos, a todos los que recibieron el título de mejor amigo (que cambiaba con bastante frecuencia, en muchos casos), a todos los que nos gustaron, a los que nos caían bien y a los que nos caían mal. Recordaremos lo insoportables que fuimos hace no mucho tiempo, todos los accidentes, campanazos, rejazos, pelotazos, patadas, combos, estranguladas, empujones, mordidas, caídas y rodillas peladas que vimos y sufrimos en carne propia. Recordaremos a los australianos que duraron dos días y desaparecieron sin dejar rastro, a la rodilla fracturada de Rodrigo Lillo, que le andaba mostrando a la mitad del colegio, a la tía Carmen Gloria, que cuando se enojaba golpeaba la mesa y el Raymi se asustaba. Algunos recordaremos los pasteles de barro en nuestra “pastelería”, el tiempo de recreación antes de entrar, cuando la biblioteca funcionaba, el baseball en los recreos, o las eternas peleas entre la Paola y la Danae. Otros, los más veteranos, recordarán el retiro en Villa Paulina, al tío “Kuchen” o como se llame, cuando el Seba le enterró los dientes a la Pía, y al Cristopher Echegurú (no me importa si li escribí mal).
En fin, hay cosas que hemos vivido que nunca olvidaremos, y que marcarán nuestras vidas por siempre. No dejen escapar los recuerdos más bellos de su infancia y adolescencia aquí. Los quiero curso.