En la mañana me pasó algo curioso: al quedarme dormida (cuando debía levantarme), tuve un sueño que me hizo despertar con una sensación extraña. Iba yo con mi amigo Matías y con mi mamá en el auto, cuando ésta se estacionó y entró a una farmacia. Nos bajamos, curiosamente el lugar era una plaza, y comenzamos a ver lo que el quiosco tenía para ofrecernos. En eso estábamos cuando llegó el Álvaro con dos personas más, y mirándome sonriente, me dijo: mira a quién encontré. Levanté la vista y observé detenidamente a quien se suponía, debía reconocer.
- ¿Javi?
- Ajá. ¿Dani Mora?
- ¡Javi, no te había reconocido!
- Jajaja…
- Qué alta estás…
Lo siguiente fueron abrazos bien fuertes. La Javi se me presentó muy alta y flaca (cuando éramos pequeñas era la más bajita del curso). No se confundan, no es de nuestra Javi Zúñiga de la que hablo; sino de mi ex compañera del Encuentro. No voy a decir que éramos las mejores amigas, para nada. De hecho, ella no estaba en mi “grupo de amigos”. Pero bueno. En el sueño, verla me provocaba una alegría inmensa, y mi primer pensamiento, aunque no lo crean, fue “Ya tengo tema para el blog”.
Cuando desperté me sentí triste: nada de eso había pasado. No fue la sensación de tener los bolsillos llenos de monedas, y despertar para darte cuenta que están vacíos; fue peor. Sentí como si hubiese conocido a mi abuelo, y después despertado para darme cuenta que era todo una ilusión. Y es que la tengo en facebook, aunque sólo le he hablado una vez, hace poco. Ha cambiado tanto, que jamás la reconocería si la viera por la calle. Es por eso que mi sueño me produjo tanta nostalgia; el recuerdo que mantengo de ella es el de una niña pequeña y delgada, con corte de hombre, voz chillona y un enorme talento para el dibujo. Y es lo mismo para los demás compañeros que conocí en ese colegio: aunque los haya visto de nuevo, mi subconsciente se rehúsa a aceptar esa nueva imagen de ellos, más ruda, menos inocente, y que no se corresponde con los niños que alguna vez fueran mis amigos.
No sé si ya lo he dicho, pero me gustaría haber entrado al Montahue antes. Me encantaría poder comentar con ustedes cómo fue el famoso retiro en Villa Paulina, del que tanto hablan, o haber conocido al Sebastián Gonthier cuando (dicen) era tranquilo.
Pero en fin, ya no se pudo. Doy gracias al Señor porque accedí a cambiarme de colegio en quinto, y porque me quedé. Sólo Él sabe qué sería de mí si me hubiese quedado en ese lugar…Menos mal que me cambié...
Además, tendría puras amigas. Y, ¿Qué sería de mi vida sin amigos? Una estereotipada vida de niña tranquila, que hace pijamadas todos los fines de semana con su grupo de amigas, para jugar “Sólo entre chicas”, ver comedias románticas y hablar sobre el chico que le gusta. Se la pasa bien con niños: comen harto, ven películas que tienen como estrella a un perro, hablan de temas variados y comen más. La única diferencia es que con ellos no se hacen pijamadas, y en vez de “Sólo entre chicas” juegan al ”Assasin Creed”.
Gracias Señor por cambiarme de colegio.